lunes, 22 de septiembre de 2008

Los siete símbolos (Segunda parte)

2º. Lunes, 09:35 horas.

Fue Orionis el que sugirió pedir los desayunos a la habitación. Ambos coincidieron en que el cansancio del viaje, la comida y bebida del día anterior y el paseo por la playa (además del pinche béisbol pensó ella y el interminable arreglo personal, pensó él… y la tarde de la despedida del sábado, pensaron ambos) habían suplido con éxito a los somníferos que Betelgeuse tomaba a diario y Orionis cada tercer día, martes, jueves y sábados. Ayer, domingo, a Orionis no le tocaba y Betelgeuse lo había olvidado hasta que algo la despertó a eso de las dos de la mañana. Mientras esperaban que llegara el desayuno y arreglaban algunas cosas del equipaje que habían botado la noche anterior, comentaban sobre lo esplendido de las instalaciones, la suavidad de las sábanas, el funcionamiento del aire acondicionado, la belleza del mar que parecía pudieran tocar con sólo estirar las manos, el clima cálido en la amplia terraza, el kit de aseo personal que había en el baño, la amplitud del jacuzzi, la claridad con que se veían todos los canales del cable en la televisión, la amplitud de los closets y el extraño sonidito –como de alguien que lanza besitos al aire- que hizo que Betelgeuse buscara su pastilla un poco antes de las dos de la mañana. Orionis dijo que también lo había oído, pero que ni modo, hasta en estos lugares tan exclusivos llegan a colarse esos animalitos, ¿cómo se llaman?, ¡Cuijas!, dijo Betelgeuse. Acordaron reportarlo a la administración en el momento en que sonó el timbre de la puerta.

Luego que terminaron de desayunar, entre comentarios respecto al programa que en ese momento veían en la televisión o recordatorio de algunos asuntos pendientes en la ciudad, se dispusieron a disfrutar –ahora sí, propiamente- sus vacaciones. Mientras Orionis entró al baño, Betelgeuse se observó en el espejo. Su cuerpo joven lucía esplendoroso en ese traje de baño azul, discreto, que permitía adivinar sus bellos senos y su cadera torneada. Tomó la maleta que todavía no terminaban de vaciar y sacó los zapatos de tacón que había traído por si decidían salir a bailar o ir a cenar a algún lugar que ameritara un atuendo más formal. Arrojó el periódico que envolvía los zapatos en el momento en que Orionis salía del baño y le indicaba que ya podía entrar, que él ya estaba listo y que “por fa” no se tardara demasiado, que ya de por sí estaba muy fuerte el sol, y que ya iba a haber mucha gente en las albercas, y que luego no encontrarían camastro, etc., etc., etc. Betelgeuse entró al baño y Orionis recogió el periódico del suelo y se sentó en el sofá frente al televisor que transmitía una película subtitulada. Casi sin querer, sólo por casualidad, leyó la noticia.

“Estrella rechazada por la Vía Láctea”

“La estrella está saliendo de la Vía Láctea a dos millones de kilómetros por hora”

“Científicos en Estados Unidos dicen haber identificado una estrella que ha sido despedida de la Vía Láctea y se dirige hacia el vacío intergaláctico. Los astrónomos sospechan que la estrella salió disparada de nuestra galaxia después de un encuentro cercano con el campo gravitacional de un agujero negro. La estrella rechazada se desplaza a una velocidad superior a los dos millones de kilómetros por hora debido, según los científicos, a la tremenda fuerza del agujero negro que se cree está localizado en el centro de la Vía Láctea. “Estamos tentados a llamarla la estrella rechazada, por que fue despedida a la fuerza de su hogar”, afirmó el astrónomo Warren Brown del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, en Massachusets, quien agregó que "Jamás hemos visto una estrella moverse con la velocidad necesaria para escapar de los confines de nuestra galaxia". La estrella era parte de una pareja de estrellas que se acercaron a la periferia del agujero negro. Las dos giraban alrededor de ellas mismas a medida que eran atraídas cada vez más rápido hacia el agujero negro, un fenómeno espacial cuya gravedad es tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, escapa de ella. La fuerza gravitacional del agujero negro despidió a la estrella. El agujero negro capturó una de las estrellas, mientras que la otra fue arrojada hacia fuera con gran fuerza. En este momento, la estrella rechazada se encuentra a unos 180,000 años luz de la Tierra, en una región externa de la galaxia conocida como El Halo. La estrella se desplaza al doble de la velocidad necesaria para escapar a la atracción de la Vía Láctea, así que la galaxia no podrá detenerla. De la misma manera que una sonda es lanzada desde la Tierra, esta estrella fue lanzada desde el centro de la galaxia en un viaje sin retorno. Enfrenta un solitario futuro a medida que abandona nuestra galaxia para no regresar jamás”

Cuando empezaba a comentarle la noticia a Betelgeuse, mientras caminaban por el pasillo hacia el elevador, otra pareja entabló una breve conversación de cortesía y ninguno fue capaz de apreciar que en ese momento, en el piso 15, en el ángulo que forman las paredes con el techo, desfilaban densas columnas de hormigas, pequeñas todas ellas, pero en tan descomunal número que semejaban una línea negra cuidadosamente pintada en la orilla del muro. Mucho menos pudieron observar que las hormigas avanzaban de manera caótica, desordenada; no era como cuando se dirigen hacia algún alimento abandonado o mal almacenado, no, avanzaban unos cuantos centímetros en una dirección y luego retrocedían sobre sus pasos chocando y derribando a otras hormigas que también avanzaban y retrocedían sin concierto. Ninguno de los huéspedes de los otros 25 pisos que en esos momentos entraban o salían de sus habitaciones observó la anárquica marcha de las hormiguitas, que se repetía en todos los pisos del hotel y en las habitaciones y en el comedor y en la cocina y en los almacenes y en los cuartos de máquinas y en los talleres y en la ropería y en el estacionamiento… y más allá. Los atareados empleados destinados a combatir el fenómeno no fueron capaces de percibir que ese era, precisamente, el segundo símbolo.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Los siete símbolos (Primera parte)

El símbolo puede decirle al hombre… de tu ojo soy la mirada.
Charles S. Peirce (1894)

1º. Domingo, 17:30 horas.

Ellos estaban sentados ante una mesa con vista al mar. El lugar era amplio, fresco, exquisitamente decorado; la vista magnífica desde cualquier punto del restaurante y a esa hora el bullicio de los comensales casi se había extinguido y sólo se escuchaban algunas risas, palabras sueltas de algún retazo de conversación, el rozar de la loza diligentemente recogida por las meseras o el llanto ocasional del somnoliento niño que a ratos exigía a sus padres le permitieran ir a la playa o cuando menos a la alberca.

Cuando al cabo de unos minutos después de las cinco y media de la tarde le ofrecieron a Orionis la cuenta, éste revisó con detalle los alimentos incluidos, las bebidas y el total. Anotó con letra clara el monto de la propina –riguroso 10%-, su nombre y apellido, el número de la habitación que les habían asignado cuando se registraron en el hotel hacía poco más de cuatro horas, recién que habían llegado procedentes del aeropuerto, la firmó y la dejó a su derecha, en un extremo de la mesa. En voz baja, ya que el Capitán estaba por llegar, le dijo a Betelgeuse que le parecía muy caro, aunque ambos coincidieron que tanto los alimentos y bebidas, como el lugar y el servicio eran excelentes y bien podían darse este pequeño lujo.

Aunque Betelgeuse insistió en subir al cuarto para asearse los dientes, Orionis la convenció de ir a los sanitarios de la planta baja y luego dar un paseo a la orilla del mar para aprovechar la luminosidad de la tarde que en poco más de una hora habría de ceder su paso a la noche estrellada anunciada por el meteorológico, aunque bastante oscura, ya que apenas era luna nueva.

Caminar sobre esa arena tibia y blanca, en algunos puntos húmeda y en otros más llena de pequeñas burbujas de agua de mar que iba y venía compasadamente, caminar sobre esa arena, comentaban ellos, era por demás agradable, reconfortante decía Orionis, relajante agregaba Betelgeuse… y ambos se esforzaban en encontrar adjetivos que les hicieran olvidar, aunque fuera sólo por ese momento, su cotidianeidad. A su paso, lejos de las zonas marginales y del subdesarrollo que sustenta esos espacios de privilegio, se cruzan con otras parejas, hombres que corren sudorosos, bulliciosos adolescentes, mujeres que muestran sus nalgas sin reserva, algunos niños con cara de fastidio que arrastran tras de sí una pequeña cubeta de plástico llena de arena y agua. En ocasiones cruzan cordiales saludos en inglés, francés, alemán, español… a veces basta un ligero movimiento de cabeza… otras simplemente caminan sin mirarse.

Cuando Betelgeuse decidió que era hora de regresar al hotel, puesto que estaba oscuro y además ya se había cansado de caminar (y platicar dijo para sus adentros), Orionis estuvo de acuerdo y pensó que podría llegar a tiempo de ver el juego de beis, aunque no recordaba quienes eran los contendientes, ni los integrantes de los equipos, ni los lugares en la tabla de clasificación, ni siquiera el horario o el canal en el que lo iban a transmitir.

Orionis volteó al cielo y le recordó a Betelgeuse que ella era una estrella de clase M, a lo que le respondió que él era de clase B, según la clasificación de los espectros estelares. Él caliente, ella fría. Betelgeuse le dijo que él se llamaba Épsilon o Alnitam y Orionis le recordó que en realidad ella era Alfa Orionis. Ambos rieron y comentaron la ocurrencia de sus respectivos padres, la monserga que sus nombres representaron durante toda su formación escolar, en los trabajos y trámites legales y la exquisita casualidad de que se hubieran encontrado uno al otro, tal y como están en la constelación de Orión: ella en el hombro derecho, él en el cinturón. Abrazados caminaron hacia el hotel.

Mientras caminaban por el empedrado hacia el interior de las instalaciones, con el mar a sus espaldas, el cielo se iluminó fugazmente, como si una gran bola de fuego cruzara de norte a sur, describiendo una parábola poco pronunciada que rasgó lo oscuro de la naciente noche y que no fue percibida por ellos, ni por otros. Sólo algunos en el meteorológico anotaron displicentes la presencia del “inexplicable fenómeno natural” que nadie apreció como lo que era: el primer símbolo.

Continuará...