3º. Martes, 13:05 horas.
Antes de sumergirse en la alberca le dijo a Orionis que pidiera para ella otra piña colada. Nadó ligera de una a otra orilla un par de veces y salió salpicando a su alrededor, frotó con una toalla la cabeza, medio secó su cuerpo y se tumbó en el camastro que estaba al lado de Orionis, mientras tomaba el sudoroso vaso con la bebida recién servida. Enderezó un poco el camastro de alberca y le pidió a Orionis que le alcanzara la revista que había dejado al otro lado. Tomó sus lentes oscuros, cubrió con ellos casi la mitad de su rostro y abrió el semanario ante sí. Leyó:
“Históricamente, se ha llamado Vía Láctea a la banda luminosa, algo tenue, que atraviesa el cielo nocturno, alcanzando su máximo esplendor durante el invierno del hemisferio sur; su nombre es de carácter mitológico y proviene del aspecto lechoso que presenta”
Orionis, también con lentes oscuros, le preguntó a Betelgeuse si le había gustado la bebida. Comentaron por un corto tiempo que todo estaba magnífico, excelente, que buen servicio, sabrosísimo, lujoso, encantador, y el clima, y el agua de la alberca, y la arena de la playa, y el oleaje, y la gente, y la música. Orionis observó con detenimiento la sensual línea que separa los pechos de la mujer joven, casi adolescente, que en esos momentos se impulsaba con ambos brazos para salir de la alberca, justo frente a ellos, y omitió contestar el siguiente y reiterativo adjetivo que Betelgeuse enunciaba, lo cual aprovechó ella para continuar con su lectura: “En esa zona del cielo el número de estrellas es apreciablemente mayor que en otras regiones; esto implica que en el espacio la distribución de las estrellas no es esférica, lo que indica que el número de estrellas que vemos en cualquier dirección del cielo no es la misma”
En cuanto desapareció la joven mujer, casi una niña pensó Orionis, éste reinició la conversación sin percibir el gesto de disgusto de Betelgeuse. Insistió en que todo era excelente, pero demasiado caro, y luego elaboró un amplio discurso sobre la ganancia, la tasa de retorno del capital, los precios, los salarios, las tasas impositivas, la globalización, el liberalismo y la economía de libre mercado. Betelgeuse, como siempre que la plática apuntaba hacia esa orilla, aportó que todo lo que tenían era gracias a su trabajo y que bastante se fregaban y que merecían esto y más y que ellos no tenían la culpa de que los demás fueran tan haraganes y que seguramente vendrían mejores tiempos para ambos y que total todo lo iban a pagar a crédito y que luego podrían cambiar de auto y hasta echarse la bronca de una mejor casa y quizá tener familia.
Orionis, como siempre que la plática apuntaba hacia esa orilla, le preguntó si quería otra bebida o si pedían algo de comer o si subían al comedor o si iban a la playa. Betelgeuse aceptó otra piña colada, decidió que esperarían otro rato para “hacer más hambre”, clavó su mirada en el trasero del muchacho que estaba a punto de lanzarse a la alberca, a unos cuantos metros de ellos, y abrió nuevamente su revista.
Todavía tardó un instante en reanudar la lectura. El cuerpo torneado y fuerte del joven se zambulló en el agua y con él los ardorosos pensamientos que hubieran ruborizado a cualquiera, no a Betelgeuse, quien continúo leyendo: “Más tarde se determinó que la Vía Láctea es una galaxia de forma espiral compuesta de un núcleo y dos brazos que parten del mismo. Las estrellas más luminosas (y de alta temperatura) se ubican siguiendo esa estructura espiral. En general, todo lo que vemos en el cielo a simple vista forma parte de la Vía Láctea. Una excepción son las llamadas Nubes de Magallanes, la Nube Mayor y la Nube Menor, formaciones difusas que se observan como dos pequeñas manchas y que son visibles en el cielo del hemisferio sur. Los objetos celestes más brillantes, como las estrellas más luminosas, las nebulosas brillantes, las nebulosas oscuras y los cúmulos abiertos, también se ubican en los brazos espirales de la Vía Láctea. Pero, el resto de las estrellas, entre ellas nuestro Sol, aparecen distribuidos entre los brazos. Las más recientes estimaciones acerca del número de estrellas que componen la Vía Láctea indican que habría unas 200 mil millones de estrellas distribuidas en un diámetro cercano a los 80,000 Años Luz, en un espesor de alrededor de 5,000 Años Luz”
Orionis y Betelgeuse tardaron un poco en darse cuenta. Él dormitaba, ella leía. El alboroto que hacían los cerca de 50 huéspedes distribuidos en el amplísimo espacio de la alberca principal hizo que finalmente también ellos prestaran atención y dirigieran su vista al cielo. La luminosidad había disminuido considerablemente, como si estuviera nublado, pero no había una sola nube, ni siquiera blanca, el cielo era de un azul aún más intenso que hacía unos minutos y el sol se encontraba un poco más al poniente del cenit, como siempre ocurre a esa hora de la tarde. Prácticamente todos los presentes cubrían con alguna de sus manos el exceso de luz que les deslumbraba al dirigir las miradas hacia el cielo. Algunos permanecían recostados, como Betelgeuse. Otros estaban parados y caminaban tratando de acercarse más a lo inalcanzable, entre ellos Orionis. Muchas más de 50 fueron las interpretaciones, las recomendaciones, las opiniones, las hipótesis. No faltó quien se santiguara antes de apurar el último trago de cerveza y volver a la alberca sobándose el cuello adolorido. No faltó quien se desbocara en sesudas y reiteradas explicaciones dadas al aire, puesto que pronto se quedaba sin interlocutores. No faltó quien dijera que valía madres y que había que seguir con el boli. Un niño le dijo a su mamá que era como si el sol tuviera grandes pecas o como cuando a su hermana le había dado varicela. Al poco rato todo volvió a ser como antes y sólo un señor bastante pasado en años y tragos balbuceaba explicaciones a su esposa mientras ésta roncaba ruidosamente a unos cuantos metros de Orionis y Betelgeuse, que entonces decidieron subir al comedor y recordaron que por cierto no habían atendido su reporte y de nuevo los había despertado el ruido del animalito ese, que Orionis le preguntó a Betelgeuse cómo se llamaba y que ella le dijo con el mismo tono de fastidio que ya le había dicho que se llamaba Cuija y que tendrían que volver a reportarlo a la administración. Ninguno de los cerca de 50 observadores –y nadie más- apreció como lo que era el “inexplicable fenómeno natural” reportado al día siguiente por el meteorológico: el tercer símbolo. (Continuará)
domingo, 5 de octubre de 2008
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